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Flor Cordero: Campumá próxima a cumplir II Siglos de vida


Campumá.- “Campumá, aquel sendero/ que miramos de niños,/ vuelve de tus colinas/ cuajado de milagros,/ voces de la encañada,/ sobresaltos del pino”, juega el poeta Enoch Cancino Casahonda, para describir la finca que se extiende en el valle cercano al Parque Nacional Lagos de Montebello.

Tan solo hace más de cuatro décadas, para llegar al sitio rodeada de bosques de coníferas y encinos, la travesía iniciaba en Zapaluta (hoy La Trinitaria) y a caballo, había que recorrer más de cinco horas; pera llegar a los Lagos, se requería una jornada similar, recuerda el propietario Javier Culebro Siles.

En un día soleado, bordado por escasa nubes y rachas de viento que mecían los árboles, Culebro Siles repasa la historia de la finca, como refugio de carrancistas, villistas, los tiempo del acasillamiento, la reforma agraria impulsada por Lázaro Cárdenas, el nacimiento de los ejidos y la construcción de la carretera La Trinitaria-Lagos de Montebello.

Construida en 1817, la finca Campumá llegó a contar entre 6 a 7 mil hectáreas, para la crianza de ganado vacuno y caballar, que se comercializaba hacia Guatemala, por el paso fronterizo de Carmen Xhan-Gracias a Dios, la única vía de acceso a la propiedad, para ese entonces.

Aunque para principios del siglo pasado, la finca llegó a tener a mil acasillados, que trabajaban en la siembra de maíz, frijol y caña de azúcar, que forzosamente se abastecían en la tienda de leva o raya, con un sistema “casi feudal”, donde se encontraban abulones y sardinas enlatadas, que llegaban de ultramar.

El área que hoy conocemos como el parque nacional Lagos de Montebello, era una zona “muy desvinculada”, del centro de la entidad, por lo que su contacto comercial se llevaba a cabo con Guatemala, rememora Culebro Siles, actual dueño de la casona.

Fue en el gobierno de Lázaro Cárdenas, cuando la propiedad pierde la mayor parte de sus tierras y son adjudicadas a los indígenas tojolabales del área, para formar los ejidos La Esperanza y El Progreso.

Pero más de dos décadas antes, la finca fue refugio de soldados carrancistas y villistas que pasaban por el sitio y sus dueños no les quedaba otra opción que darles manutención y albergue a las tropas.

Así como Campumá, Tepancuapan, Juncaná, donde aun hay vestigios de los enfrentamientos y entierros de jefes militares, eran “fincas muy grandes”, que se convirtieron en “grandes proveedores y abastecedoras de alimentos de las tropas” que una vez comido y dormido, los soldados se marchaban, explica don Javier Culebro Siles, ex director de la Central de Abasto de la ciudad de México.

Recuerda que de niño, su padre se fue a vivir a la capital del país, pero tenían la costumbre de regresar a la vieja casona, durante todo el mes de mayo, pero también en diciembre y enero.

La única manera de llegar hasta la finca, antes de 1968, cuando en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, construye la carretera, era a caballo, por un camino de herradura, cuyo trayecto se realizaba en cinco horas.

Los hijos de don Enrique Culebro Carreri, ex alcalde de Comitán, en el gobierno de Manuel Velasco Suárez, retozaban en los patios, corredores y trojes de la vieja casona, que no contaba con energía eléctrica.

En algunas ocasiones, rememora Culebro Siles, se aventuraban a viajar a caballo, hasta el parque nacional Lagos de Montebello, jornada que se realizaba en cuatro o cinco horas y que forzosamente se tenía que pernoctar en el sitio, para retornar al siguiente día.

Próxima a cumplir dos siglos de vida, la finca Campumá, que significa cuidador del copal, conserva como diría el poeta Enoch Cancino, sus “silencios”, “cuando muere la tarde” y “cuando el cielo se escapa”, “por sus techos…”.